Los Demonios del Còdigo da Vinci
Por: Ramón Requena
Consultor Prensa & Propaganda
Me había resistido hasta el final, me negaba a leerlo, no era mi estilo de lectura pero por esos meses la publicidad golpeaba implacable para que cayéramos en las redes de El Código da Vinci. Sospechaba que era una historia mas comercial que científica, mas espectacular que literaria de las que últimamente abundan en las librerías, así que no pensaba gastar mi dinero en una aventura ociosa que sòlo me llevaría a conciliar el sueño, que lo tengo ligero.
Pero sucumbí, la entusiasta insistencia de Raymi y la tentación por leer pesaron mas que mis principios, así que hambriento de castellano como buen latino, puesto que en Bordeaux me fatigo hablando un pésimo francés, decidí pasear por las pequeñas playas de San Sebastián, Donostia, el país Vasco español, y como no podía ser de otra manera en un vicioso lector, antes de saborear una olorosa y amarillenta paella frente al puerto, anclé en la única librería que encontré en el Centro Viejo de esta pequeña pero agradable ciudad fronteriza. Mi recorrido por los estantes fue corto en realidad, normalmente busco historia, pero esta vez estaba allí, esperándome con esa sonrisa coqueta de belleza vulgar y esa mirada que atrae, que invita, pero que al final no te dice nada. Era nuestra conocida Gioconda, la misma de ‘El Código Da Vinci’. Sobresalía entre otros títulos importantes, pero mis ojos ya no tuvieron espacio para nada más. Esa mujer te atrapa; la historia de mi vida, siempre cautivado por bellezas extrañas, aunque ésta, tan ilustre como Cleopatra o tan famosa como Sharon Stone, lo cierto es que entendí desde el principio que no tendría escapatoria. Tenía nueva portada, el estreno de la millonaria película con el mismo nombre había afectado su conocida carátula roja sangre. 16.75 euros la gracia y no tenían edición popular, que resultan baratas en Europa. “Se sigue vendiendo bien..”, me decía la joven mujer encargada, medio en vasco, medio en español. Así que por primera vez, aunque algo tarde, tomé en mis manos bronceadas ese grueso libro que tanto a cautivado al mundo, pero no lo abrí. Como si fuera un viejo conocido, lo abrasé para que nadie me lo arrebatara o para que nadie reconociera lo que estaba comprando, no lo sé, y continué mi recorrido por esos angostos pasajes llenos de cultura y sabiduría intentando dar la impresión que mi búsqueda no había terminado. Así que cuando esos pequeños laberintos ya no me llevaban a ninguna parte, eso creía yo, apareció frente a mi una pequeña escalera y un sótano. “Doy una vuelta y me largo”, pero la vuelta se convirtió en un círculo vicioso que terminó arrastrándome hacia las respuestas mas buscadas de las innumerables preguntas que plantea El Código Da Vinci.
¿Qué claves ocultan las pinturas de Leonardo? ¿Estaba embarazada María Magdalena, de Jesús? ¿Realmente fue prostituta? ¿Qué verdad histórica ha escondido desde su fundación la Iglesia a los católicos? ¿Eran asesinos los Papas en la Edad Media? ¿Cierto que existe otra Biblia? ¿Y el Priorato de Sión? Por último, ¿es cierta o no la historia que cuenta Dan Brown y que lo ha convertido en millonario?
Entre estos laberintos del Nuevo Testamento y la Edad Media la respuesta a una pregunta inmediatamente te lleva a otra cuestión y así sucesivamente hasta que quedas atrapado en una locura parecida a la de Don Quijote, que de tanto leer novelas de caballeros de brillante armadura, terminas trastornado. “Las diversas hipótesis propuestas contienen sin duda mucho mas sueño que de hechos comprobados, pero incluso detrás de las mas descabelladas de ellas, existe a menudo una parte de verdad que desentrañar...”. Lo dice Michel Lamy, un reconocido historiador francés en ‘La Otra Historia de los Templarios’. En eso andaba por los sótanos de la simpática librería Elkar, cuando otra mujer; cuando no conmigo las faldas, me clava la mirada directa a los iris, escandalosamente atrevida y mucho mas misteriosa que la anterior. No había que reflexionar demasiado, esa figura la tenía grabada en la memoria, en los ojos, en el corazón, en la yema de los dedos desde mi primer paseo por el Louvre de París. Es imposible olvidarla luego de verla tan cerca. Era La Joconde, pero esta vez escondida en uno de esos espacios atiborrados de mas libros casi en desorden, como, ¡a ver si te sacas la lotería! Voila, mi día de suerte, “no hay primera sin segunda” decimos en Perú y éste era el caso. ‘Las Claves del Código Da Vinci’, ¿Cuál es la historia real? De Lorenzo Fernández y Mariano Fernández. “Los capítulos que le aguardan tratan de rastrear en qué pueden tener razón quienes dan pábulo a las historias del Santo Grial hecho sangre, producto de la supuesta descendencia de Jesús y María Magdalena. ¿Están todos locos de atar o se atisba por alguna parte una base sólida en esas propuestas?”. La portada es similar a la primera, pero cargada de pequeños titulares y con fondo negro estrellado. 12.95 euros costaba ese placer. Estaba contra la espada y la estantería pues mi economía no era muy buena, pero no iba a dejar a esa extraordinaria mujer allí, abandonada en esa horrible penumbra clamando porque la arranque de su encierro, porque termine con su soledad. Por primera vez en mucho tiempo tenía la oportunidad de convertirme en un verdadero ‘caballero’, como Beckham, ¿por qué no?, sin espada que mas da, pero caballero al fin y al cabo, de esos que despiertan a las princesas con un beso en los labios. ¡Cuanto tiempo sin besar los labios que quiero! Así que la tomé, me apropié de ella como cuando te robas la primera mujer de tu vida a los 18 años y después lo que venga, y salí casi corriendo sin mirar nada mas, cerrando los ojos y la conciencia a todos los tesoros que debían andar por allí esperando a que alguien los desentierre, temiendo serle infiel apenas al minuto de tenerla entre mis manos, que ese ha sido siempre mi pecado, y no paré hasta la caja.
Feliz, ansioso, perturbado y enamorado contaba los minutos para desvestir página por página esos dos portentos femeninos que orondo yo y coquetas ellas, caminábamos radiantes, satisfechos de la conquista mutua bajo ese mediodía soleado por las empedradas callejuelas románticas de ese antiguo San Sebastián turístico que para nada huele a Eta*, que mas bien emana paz, perfume y belleza.
Lo cierto es que Jacques Sauniére, el de la novela de Dan Brown, existió en la vida real pero como François Bérenger Saunière, y no era un renombrado conservador del museo de Louvre, sino mas bien un común y humilde cura rural cuya vida cambió radicalmente luego que la Iglesia Catòlica lo desterrara a una olvidada aldea de Francia en 1885: Rénnes le Château, al sur de Toulouse, cerca de la frontera con España y del mar Mediterráneo, donde encontró un templo destruido y no más de cien almas. Pero lo que nadie sabía era que su altar mayor, consagrado nada menos que a María Magdalena, asombrosamente embarazada en esta réplica, guardaba desde hacía siglos uno de los secretos históricos mas buscados de la humanidad: cuatro pergaminos amarillentos y enmohecidos con información precisa que data desde el año 1244, en plena época de las Cruzadas. Saunière los encontró y de pobre pasó a millonario. ¿Cómo lo hizo, qué contenían los manuscritos? Para variar, el cura tenía una joven amante que para sorpresa de todos, encargó la construcción de un ataúd días antes de que el religioso muriera, cuando nada hacía presagiar que el sacerdote falleciera.
Como ven, las Cruzadas no han terminado, seguiremos siendo templarios a nuestra manera, sin caballería ni corazas, pero con la gran cruz incluida en la búsqueda incansable de nuestro propio Grial.
* Al momento de escribir este artìculo, la banda terrorista ETA aùn respetaba la tregua acordada con el gobierno español de Rodríguez Zapatero. Hoy ha vuelto la violencia y yo no he regresado mas a la inolvidable San Sebastian.
martes, 27 de mayo de 2008
jueves, 15 de mayo de 2008
FRANCIA Y SUS BELLEZAS TRISTES
FRANCIA Y SUS BELLEZAS TRISTES
Por: Ramòn Requena
Consultor Prensa & Propaganda
Los franceses celebran este mes su famosa reveliòn universitaria de ‘mayo del 68’; un himno tradicional a la libertad y la igualdad entre hombres y mujeres presionados por una sociedad estricta y prohibitiba. Un acontecimiento que los llena de orgullo, pero también, como buenos franceses, de profundas contradicciones. Desde ese tiempo, hace ya 40 años, muchas cosas han cambiado en Francia. Hoy, luego de la Segunda Guerra Mundial, Francia es una potencia global y su gente pertenece a un paìs competitivamente educado. Pero para los extranjeros que apenas descubrimos este santuario de historia, cultura y belleza, la impresiòn que genera convivir entre ellos, resulta complicada y reveladora.
Y es que una cosa es contarlo y otra vivirlo. Hay que estar allí para entender lo que resulta difìcil de comprender, pues desde que llegué y hasta hoy, que ya van para cinco años, no he dado en el meollo del asunto de por qué esta gente que económicamente es solvente y muy bien educada, vive tan triste, tan complicada y tan encerrada en esa extraña privacidad que ejercen con pasión y alevosía. ¡Les cuesta tanto sonreír! No les miento si les digo que no me faltan dedos en las manos para contar las pocas ocasiones que he disfrutado de una amplia sonrisa francesa en todo este tiempo. Porque belleza no les falta, solo hay que pasear por las calles comerciales de Saint Catherine en Bordeaux para sentir que estas en un paraiso. No son delgadas, porque se come muy bien, pero si con curvas bien definidas, cintura estrecha y caderas anchas, caminan como princesas de espalda perfecta, son elegantes, siempre perfumadas y, generalmente, se comportan con sencillez pero con mucha clase. Pero si buscas esa sonrisa fàcil, espontànea y coqueta que nos caracteriza a los latinos; no la encuentras en este país plano, no hay, no la conocen, no la practican.
Ahora, por supuesto que he preguntado a la gente que conozco: “qu’est-ce que passe ici?” (qué pasa aquì). Pero las respuestas no son satisfactorias, encierran mas de lo mismo. Les cuesta abrirse a los demás por temor a que se ponga en juicio su criterio, que eso es grave para ellos o simplemente te consideran impertinente y niegan que sea cierto, que para eso son buenos, para dar la contra. Ojo que hablo de gente profesional. Sin embargo, debo hacer una aclaración. Mi círculo de conocidos, aquí no se puede decir “amigos”, ese término es mucho mas profundo para ellos y casi no lo usan porque no encuentran o tienen pocos amigos, es gente adulta, entre 40 y 60 años de edad. Y mi observación con respecto a este artículo va por el mismo rango de edad.
Es cierto que a los jóvenes se les ve diferentes, pero sabemos que en un adolescente la alegría y las travesuras resultan natural, es propio de la edad, aunque debo acotar que mucho de ese alboroto se incrementa, parece, con la intensa migración africana que vive al lado de los franceses, no juntos. Y sin duda, un marroquì sonríe con mucho más facilidad que un cuarentón francés. Olalalala.
Les explico. En cualquier ciudad importante de Francia, Bordeaux es una de ellas, es fácil comprobar que entre los profesionales mas solicitados y mas caros, está el psicólogo, esa profesión sobre la que muchos especialistas modernos se refieren como un fracaso, pues finalmente no termina de curar a nadie. El ciudadano común y corriente, hombre o mujer, con trabajo seguro, casa y dos autos, viaje de vacaciones al extranjero una vez al año aunque repleto de compromisos de pago a fin de mes ... y una amante, es el paciente clásico de los psicólogos y consumidor habitual de antidepresivos. Si lo analizamos desde nuestra perspectiva latina, con todos esos bienes materiales y un sueldo aceptable, no visitaríamos para nada a un psicólogo. Pero los franceses sì y por largos perìodos, a pesar de que con ello tampoco solucionan sus contradicciones personales. Casos típicamente ‘froidianos’ diría un experto. El interés por las complicadas motivaciones del espíritu pone en evidencia un cerebro proclive a equivocarse sobre si mismo.
Pues mírenlo bien, de nada ha servido ese desbordamiento sexual que practican desde la revoluciòn intelectual de 1968 imponiendo muchas veces ese deseo primitivo que todos llevamos dentro; de poco les sirve la exigente educación escolar que reciben cuando la autoridad paterna fracasa preocupantemente; y en la vida pública, aunque los políticos se cuidan muy bien de no ser protagonistas de escándalos, la Prensa no tuvo mas remedio que publicar la secuencia de un millonario affaire denominado mediáticamente: ‘Clearstream’, que involucraba maliciosamente al ahora presidente de Francia, Nicolas Zarkosy, e implicado de alguna forma que el juez investiga, a Dominique de Villepin, Primer Ministro del pasado gobierno y hombre de absoluta confianza del ex presidente Jacques Chirac, a quien también le esperan procesos judiciales pendientes.
Le llaman: “savoir vivre” (saber vivir). Yo digo que se perdieron en el laberinto que ellos mismos construyeron apabullados por ese personalismo personalísimo del que los norteamericanos se burlan y que los franceses aprenden a desarrollar desde jóvenes para defenderse en una sociedad altamente competitiva y egoísta, donde tus problemas son tuyos y de nadie mas, sin derecho a molestar a nadie con tus complicaciones, ni siquiera a la familia. Hace unos años, una noticia procedente de Francia dio la vuelta al mundo. Una ola de intenso calor mató a docenas de ancianos que vivían en completa soledad, abandonados por su familia, por sus vecinos y por el Estado. La corrección no se hizo esperar, ahora las Municipalidades acuden en su ayuda, pero la familia y los vecinos, naranjas (no). Y según un dato estadístico, en las principales ciudades, el 50% de la población vive sola, triste y aburridamente sola. Esa debe ser una de las principales razones del resultado de otra encuesta revelada hace algùn tiempo: doce mil personas se suicidan cada año en Francia, o sea, mil por mes; y 120 mil intentaron suicidarse. ¡Terrible!
Fatal consecuencia de una sociedad que marcó al mundo con su històrica Revolución del siglo XVIII por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, pero que con el paso del tiempo se enfermó de progreso y modernidad, que hasta eso enferma en estos tiempos, asumiendo que esos valores, hoy, son sòlo declarativos, como la letra violenta de su himno nacional -La Marsellesa, revìsenla-, y que la vida hoy exige perfección del pensamiento y de la acción. Las fallas no encajan en este modelo, los reclamos y las protestas, si, como la de ‘mayo del 68’ que paralizò Francia para romper con la rìgidez social y sexual de la época. Tal vez, ese sea el secreto de su envidiable desarrollo. Lamentablemente en esa larga búsqueda de vivir con filosofìa, los franceses se están quedando solos con sus fantasmas. Solos en esa luminosa penumbra que anula el alma y destruye el acto mas bello y beneficioso del homo sapiens: la sonrisa. La misma amistosa sonrisa que nos regalaba Vicky Ellenbogen en su curso de literatura o la risa bella que siempre me tiene guardada Raymi cada mañana.
A pesar de todo, seguiré envidiando, con una disimulada sonrisa, a la pareja joven del policía y la secretaria francesa*, padres de dos niñas, que con sueldos de nivel técnico, no profesional, pueden acceder sin ninguna complicación a un crédito bancario y comprar una linda casa con amplio jardìn y piscina incluida en un barrio acomodado. ¿Dìganme ... no es para sonreir?
* La pareja joven acaba de divorciarse
Por: Ramòn Requena
Consultor Prensa & Propaganda
Los franceses celebran este mes su famosa reveliòn universitaria de ‘mayo del 68’; un himno tradicional a la libertad y la igualdad entre hombres y mujeres presionados por una sociedad estricta y prohibitiba. Un acontecimiento que los llena de orgullo, pero también, como buenos franceses, de profundas contradicciones. Desde ese tiempo, hace ya 40 años, muchas cosas han cambiado en Francia. Hoy, luego de la Segunda Guerra Mundial, Francia es una potencia global y su gente pertenece a un paìs competitivamente educado. Pero para los extranjeros que apenas descubrimos este santuario de historia, cultura y belleza, la impresiòn que genera convivir entre ellos, resulta complicada y reveladora.
Y es que una cosa es contarlo y otra vivirlo. Hay que estar allí para entender lo que resulta difìcil de comprender, pues desde que llegué y hasta hoy, que ya van para cinco años, no he dado en el meollo del asunto de por qué esta gente que económicamente es solvente y muy bien educada, vive tan triste, tan complicada y tan encerrada en esa extraña privacidad que ejercen con pasión y alevosía. ¡Les cuesta tanto sonreír! No les miento si les digo que no me faltan dedos en las manos para contar las pocas ocasiones que he disfrutado de una amplia sonrisa francesa en todo este tiempo. Porque belleza no les falta, solo hay que pasear por las calles comerciales de Saint Catherine en Bordeaux para sentir que estas en un paraiso. No son delgadas, porque se come muy bien, pero si con curvas bien definidas, cintura estrecha y caderas anchas, caminan como princesas de espalda perfecta, son elegantes, siempre perfumadas y, generalmente, se comportan con sencillez pero con mucha clase. Pero si buscas esa sonrisa fàcil, espontànea y coqueta que nos caracteriza a los latinos; no la encuentras en este país plano, no hay, no la conocen, no la practican.
Ahora, por supuesto que he preguntado a la gente que conozco: “qu’est-ce que passe ici?” (qué pasa aquì). Pero las respuestas no son satisfactorias, encierran mas de lo mismo. Les cuesta abrirse a los demás por temor a que se ponga en juicio su criterio, que eso es grave para ellos o simplemente te consideran impertinente y niegan que sea cierto, que para eso son buenos, para dar la contra. Ojo que hablo de gente profesional. Sin embargo, debo hacer una aclaración. Mi círculo de conocidos, aquí no se puede decir “amigos”, ese término es mucho mas profundo para ellos y casi no lo usan porque no encuentran o tienen pocos amigos, es gente adulta, entre 40 y 60 años de edad. Y mi observación con respecto a este artículo va por el mismo rango de edad.
Es cierto que a los jóvenes se les ve diferentes, pero sabemos que en un adolescente la alegría y las travesuras resultan natural, es propio de la edad, aunque debo acotar que mucho de ese alboroto se incrementa, parece, con la intensa migración africana que vive al lado de los franceses, no juntos. Y sin duda, un marroquì sonríe con mucho más facilidad que un cuarentón francés. Olalalala.
Les explico. En cualquier ciudad importante de Francia, Bordeaux es una de ellas, es fácil comprobar que entre los profesionales mas solicitados y mas caros, está el psicólogo, esa profesión sobre la que muchos especialistas modernos se refieren como un fracaso, pues finalmente no termina de curar a nadie. El ciudadano común y corriente, hombre o mujer, con trabajo seguro, casa y dos autos, viaje de vacaciones al extranjero una vez al año aunque repleto de compromisos de pago a fin de mes ... y una amante, es el paciente clásico de los psicólogos y consumidor habitual de antidepresivos. Si lo analizamos desde nuestra perspectiva latina, con todos esos bienes materiales y un sueldo aceptable, no visitaríamos para nada a un psicólogo. Pero los franceses sì y por largos perìodos, a pesar de que con ello tampoco solucionan sus contradicciones personales. Casos típicamente ‘froidianos’ diría un experto. El interés por las complicadas motivaciones del espíritu pone en evidencia un cerebro proclive a equivocarse sobre si mismo.
Pues mírenlo bien, de nada ha servido ese desbordamiento sexual que practican desde la revoluciòn intelectual de 1968 imponiendo muchas veces ese deseo primitivo que todos llevamos dentro; de poco les sirve la exigente educación escolar que reciben cuando la autoridad paterna fracasa preocupantemente; y en la vida pública, aunque los políticos se cuidan muy bien de no ser protagonistas de escándalos, la Prensa no tuvo mas remedio que publicar la secuencia de un millonario affaire denominado mediáticamente: ‘Clearstream’, que involucraba maliciosamente al ahora presidente de Francia, Nicolas Zarkosy, e implicado de alguna forma que el juez investiga, a Dominique de Villepin, Primer Ministro del pasado gobierno y hombre de absoluta confianza del ex presidente Jacques Chirac, a quien también le esperan procesos judiciales pendientes.
Le llaman: “savoir vivre” (saber vivir). Yo digo que se perdieron en el laberinto que ellos mismos construyeron apabullados por ese personalismo personalísimo del que los norteamericanos se burlan y que los franceses aprenden a desarrollar desde jóvenes para defenderse en una sociedad altamente competitiva y egoísta, donde tus problemas son tuyos y de nadie mas, sin derecho a molestar a nadie con tus complicaciones, ni siquiera a la familia. Hace unos años, una noticia procedente de Francia dio la vuelta al mundo. Una ola de intenso calor mató a docenas de ancianos que vivían en completa soledad, abandonados por su familia, por sus vecinos y por el Estado. La corrección no se hizo esperar, ahora las Municipalidades acuden en su ayuda, pero la familia y los vecinos, naranjas (no). Y según un dato estadístico, en las principales ciudades, el 50% de la población vive sola, triste y aburridamente sola. Esa debe ser una de las principales razones del resultado de otra encuesta revelada hace algùn tiempo: doce mil personas se suicidan cada año en Francia, o sea, mil por mes; y 120 mil intentaron suicidarse. ¡Terrible!
Fatal consecuencia de una sociedad que marcó al mundo con su històrica Revolución del siglo XVIII por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, pero que con el paso del tiempo se enfermó de progreso y modernidad, que hasta eso enferma en estos tiempos, asumiendo que esos valores, hoy, son sòlo declarativos, como la letra violenta de su himno nacional -La Marsellesa, revìsenla-, y que la vida hoy exige perfección del pensamiento y de la acción. Las fallas no encajan en este modelo, los reclamos y las protestas, si, como la de ‘mayo del 68’ que paralizò Francia para romper con la rìgidez social y sexual de la época. Tal vez, ese sea el secreto de su envidiable desarrollo. Lamentablemente en esa larga búsqueda de vivir con filosofìa, los franceses se están quedando solos con sus fantasmas. Solos en esa luminosa penumbra que anula el alma y destruye el acto mas bello y beneficioso del homo sapiens: la sonrisa. La misma amistosa sonrisa que nos regalaba Vicky Ellenbogen en su curso de literatura o la risa bella que siempre me tiene guardada Raymi cada mañana.
A pesar de todo, seguiré envidiando, con una disimulada sonrisa, a la pareja joven del policía y la secretaria francesa*, padres de dos niñas, que con sueldos de nivel técnico, no profesional, pueden acceder sin ninguna complicación a un crédito bancario y comprar una linda casa con amplio jardìn y piscina incluida en un barrio acomodado. ¿Dìganme ... no es para sonreir?
* La pareja joven acaba de divorciarse
miércoles, 7 de mayo de 2008
ESA PARADA DE PERUANAZO
ESA PARADA DE PERUANAZO
Por : Ramòn Requena
Consultor Prensa & Propaganda
En el Perù, no somos mejores porque nuestros polìticos y el cìrculo de poder econòmico, que son los que nunca pierden durante las crisis, no quieren.
Lo he visto con mis propios ojos, y no aquì, en el Perù, sino fuera, lejos de nuestras fronteras, al otro lado del Atlàntico, donde el sentimiento y la convicciòn de ser peruano, se huele, se siente, te abraza, y es la razòn que al fin y al cabo te permite enfrentar con valor penurias y penas para no morir en el intento. Y son gente comùn y corriente que en su paìs no les dieron la añorada oportunidad que tuvieron que buscar fuera.
Una tarde que volvìa de mis clases de francés en Bordeaux, mientras charlaba con mis compañeras en un dialecto que mezclaba inglés, español y marroquì, descubrì en el tranvìa una figurita peculiar, diferente y tìmida acurrucada en una esquina del lujoso vagòn en el que viajàbamos con destino a La Bastide. Hacìa mucho frìo afuera, asì que la gente iba con abrigo, negro generalmente, bufanda y gorro de lana. La pequeña figurita que no se movìa, parecìa calentarse entre tantos y tan grandes abrigos juntos. Soportaba el duro invierno con fiereza y determinaciòn porque estaba mal abrigado. Examiné su porte, y sentì alegrìa y entusiasmo, mientras, buscaba descifrar ràpidamente su tragedia pues antes de cruzar el puente del rìo La Garonne, le pusé la mano en el hombro impidiéndole bajar en la estaciòn y atacàndolo con un atrevimiento que lo sorprendiò: “Peruano, no?”.
No me habìa equivocado, felizmente, de lo contrario menudo problema en el que me hubiera metido. No podìa ser de otra manera, los peruanos somos inconfundibles, y no es por la raza, ni por el estilo elegante para hablar, sino por la parada. No hay nadie en el mundo que se pare como un peruano, sea en el bus, en la esquina o al lado de un vulgar poste. Tenemos un estilo para congelar nuestros movimientos mientras hacemos tiempo, que marca una diferencia significativa con otros mortales de otras latitudes. Esa parada entre galante y sexi, muy latina, como si fueras dueño del mundo y Tom Cruise tu entenado, es marca nacional irrepetible. Asì que después de dos años sufriendo de nostalgia en Europa lejos de mi barrio limeño, por fin encontraba un cholo de pura sepa, un paisano con quien chupar (beber) unas chelas (cerveza) y achorarnos (desinhibirse) para contarnos mutuamente nuestras aventuras sin tener que guardar formas y sin mirar la hora, como hacen los europeos porque se acuestan temprano. Que aburrido.
No puedo mencionar su nombre porque no tengo su autorizaciòn, pero esa tarde secuestré a mi furtivo amigo en un bar del barrio àrabe y nos metimos una bomba (borrachera) que no olvidaremos. El peruano resultò ser de Comas y ademàs aprendìz de panadero, trabajo que hacìa en Lima antes de viajar a Europa. Còmo llegò a Francia? De ilegal pasando desde España y sufriendo las de Caìn, porque han de saber que la vida es un infierno sin papeles en la naciòn de Sarkozy. Ni siquiera puedes alquilar un miserable cuarto, asì tengas el dinero que va por los 700 euros mensuales aparte de los meses de garantìa, pues requieres de un aval, y nadie se presta para esto a no ser que sea familia o bien conocido. Pero lo peor habìa pasado, estaba haciendo sus papeles y ya tenìa hasta novia francesa. Pequeño, trigueño, trinchudo y con las piernas en curva, mi amigo la estaba haciendo linda en un paìs donde su porte es un atributo bien valorado, por ser descendiente de los Incas, una cultura que los franceses aprecian con devociòn. Yo aprendì ràpidamente ese truco cuando llegué a Francia y apenas conocìa gente les lanzaba: “Je suis peruvianne”, entonces el ambiente mejoraba y la charla se animaba. Asi que solo era cuestiòn de tiempo para que mi amigo, el panadero, rompiera el hielo.
Pasaron algunos años sin verlo, yo andaba entre España y el sur de Francia, y antes de volver al Perù, hace seis meses, mi paisano me invitò a comer un ‘ceviche’ (pescado cocinado con limòn) en su casa. “!En tu casa?! .. no me digas que ..”. Consiguiò trabajo de ayudante en una grande panaderìa y al poco tiempo, junto a su joven francesa, pusieron un sencillo taller donde preparaban la masa para hacer las pizzas; no servìan pizzas, solo vendìan la masa para que sus clientes las preparen en sus casas, y dejénme decirles que les iba del carajo porque a los galos les encanta cocinar su comida, es toda una cultura.
Loterìa, el peruanito estaba haciendo patria y lejos, muy lejos de su tierra, sin un solo euro en el bolsillo, pero lleno de valor y entusiasmo, con fé y mucho trabajo, mal abrigado y peor comido. Es el impuesto que tuvo que pagar para entrar en sociedad. Cualidades y calidades personales que en nuestro paìs pasan desapercibidas para nuestros gerentes con post grados y MBA. En Francia no, vales por lo que demuestras, pues son gente de mucha organizaciòn, justicia y trabajo, y algo primordial, no hay racismo; yo nunca lo sufrì.
Quizas por eso, cuando descubren un peruano, que no hay muchos, por lo menos en Bordeaux, no solo pueden animarse a ayudarlo y apoyarlo, sino, hasta terminan enamoràndose. Créanme.
Por : Ramòn Requena
Consultor Prensa & Propaganda
En el Perù, no somos mejores porque nuestros polìticos y el cìrculo de poder econòmico, que son los que nunca pierden durante las crisis, no quieren.
Lo he visto con mis propios ojos, y no aquì, en el Perù, sino fuera, lejos de nuestras fronteras, al otro lado del Atlàntico, donde el sentimiento y la convicciòn de ser peruano, se huele, se siente, te abraza, y es la razòn que al fin y al cabo te permite enfrentar con valor penurias y penas para no morir en el intento. Y son gente comùn y corriente que en su paìs no les dieron la añorada oportunidad que tuvieron que buscar fuera.
Una tarde que volvìa de mis clases de francés en Bordeaux, mientras charlaba con mis compañeras en un dialecto que mezclaba inglés, español y marroquì, descubrì en el tranvìa una figurita peculiar, diferente y tìmida acurrucada en una esquina del lujoso vagòn en el que viajàbamos con destino a La Bastide. Hacìa mucho frìo afuera, asì que la gente iba con abrigo, negro generalmente, bufanda y gorro de lana. La pequeña figurita que no se movìa, parecìa calentarse entre tantos y tan grandes abrigos juntos. Soportaba el duro invierno con fiereza y determinaciòn porque estaba mal abrigado. Examiné su porte, y sentì alegrìa y entusiasmo, mientras, buscaba descifrar ràpidamente su tragedia pues antes de cruzar el puente del rìo La Garonne, le pusé la mano en el hombro impidiéndole bajar en la estaciòn y atacàndolo con un atrevimiento que lo sorprendiò: “Peruano, no?”.
No me habìa equivocado, felizmente, de lo contrario menudo problema en el que me hubiera metido. No podìa ser de otra manera, los peruanos somos inconfundibles, y no es por la raza, ni por el estilo elegante para hablar, sino por la parada. No hay nadie en el mundo que se pare como un peruano, sea en el bus, en la esquina o al lado de un vulgar poste. Tenemos un estilo para congelar nuestros movimientos mientras hacemos tiempo, que marca una diferencia significativa con otros mortales de otras latitudes. Esa parada entre galante y sexi, muy latina, como si fueras dueño del mundo y Tom Cruise tu entenado, es marca nacional irrepetible. Asì que después de dos años sufriendo de nostalgia en Europa lejos de mi barrio limeño, por fin encontraba un cholo de pura sepa, un paisano con quien chupar (beber) unas chelas (cerveza) y achorarnos (desinhibirse) para contarnos mutuamente nuestras aventuras sin tener que guardar formas y sin mirar la hora, como hacen los europeos porque se acuestan temprano. Que aburrido.
No puedo mencionar su nombre porque no tengo su autorizaciòn, pero esa tarde secuestré a mi furtivo amigo en un bar del barrio àrabe y nos metimos una bomba (borrachera) que no olvidaremos. El peruano resultò ser de Comas y ademàs aprendìz de panadero, trabajo que hacìa en Lima antes de viajar a Europa. Còmo llegò a Francia? De ilegal pasando desde España y sufriendo las de Caìn, porque han de saber que la vida es un infierno sin papeles en la naciòn de Sarkozy. Ni siquiera puedes alquilar un miserable cuarto, asì tengas el dinero que va por los 700 euros mensuales aparte de los meses de garantìa, pues requieres de un aval, y nadie se presta para esto a no ser que sea familia o bien conocido. Pero lo peor habìa pasado, estaba haciendo sus papeles y ya tenìa hasta novia francesa. Pequeño, trigueño, trinchudo y con las piernas en curva, mi amigo la estaba haciendo linda en un paìs donde su porte es un atributo bien valorado, por ser descendiente de los Incas, una cultura que los franceses aprecian con devociòn. Yo aprendì ràpidamente ese truco cuando llegué a Francia y apenas conocìa gente les lanzaba: “Je suis peruvianne”, entonces el ambiente mejoraba y la charla se animaba. Asi que solo era cuestiòn de tiempo para que mi amigo, el panadero, rompiera el hielo.
Pasaron algunos años sin verlo, yo andaba entre España y el sur de Francia, y antes de volver al Perù, hace seis meses, mi paisano me invitò a comer un ‘ceviche’ (pescado cocinado con limòn) en su casa. “!En tu casa?! .. no me digas que ..”. Consiguiò trabajo de ayudante en una grande panaderìa y al poco tiempo, junto a su joven francesa, pusieron un sencillo taller donde preparaban la masa para hacer las pizzas; no servìan pizzas, solo vendìan la masa para que sus clientes las preparen en sus casas, y dejénme decirles que les iba del carajo porque a los galos les encanta cocinar su comida, es toda una cultura.
Loterìa, el peruanito estaba haciendo patria y lejos, muy lejos de su tierra, sin un solo euro en el bolsillo, pero lleno de valor y entusiasmo, con fé y mucho trabajo, mal abrigado y peor comido. Es el impuesto que tuvo que pagar para entrar en sociedad. Cualidades y calidades personales que en nuestro paìs pasan desapercibidas para nuestros gerentes con post grados y MBA. En Francia no, vales por lo que demuestras, pues son gente de mucha organizaciòn, justicia y trabajo, y algo primordial, no hay racismo; yo nunca lo sufrì.
Quizas por eso, cuando descubren un peruano, que no hay muchos, por lo menos en Bordeaux, no solo pueden animarse a ayudarlo y apoyarlo, sino, hasta terminan enamoràndose. Créanme.
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